domingo, 19 de noviembre de 2017

UNA NUEVA VIDA

En la marea del #metoo (#yotambién)


    Uno de mis maestros explicaba que en esta era los humanos vivimos muchas vidas en una. En el pasado, vivir teniendo una familia y la misma profesión podía durar varias encarnaciones, sin embargo, ahora en una sola vida morimos y vivimos a muchas más.

Hace cinco años que acabé con la vida de sumisión y desvalorización que compartía con mi novio de aquél entonces, P. Tras varios años de relación una gran cuestión surgió en mí: ¿Me quiero casar con esta vida? 
La resistencia a aceptar esta opción que mi ser manifestó fue directa y violenta. La intuición y las ganas de aprovechar la preciosa oportunidad de vivir como mujer, se abrieron paso entre múltiples capas de heridas ensordecidas y comportamientos patriarcales normalizados. La violencia física explotó tras años de amenazas “a ti te faltan un par de tortas a tiempo”; de burlas por expresar mis ideas o hacer cosas por mi salud, “menuda chorrada lo del glúten, yo no quiero hijos celíacos”; de episodios frecuentes de abuso psicológico y económico, como irme a vivir con él a otro país sin tener yo ingresos pero tener que asumir mi parte de los gastos; y más aislados de abuso físico y sexual, como correrse dentro de mí a pesar de haber expresado que yo no quería. 

La noche que me fui lo hice con las marcas de sus manos en mi cuello y huellas de otros golpes. Yo sentía la amenaza de que la violencia ya no se contendría más, y cuando dormida en la cama se acercó a mí, yo fui la primera en agarrarle del cuello. Sentí violencia crecer en mí, si bien, mi instinto de supervivencia me invitó a parar, él siguió. Nadie escuchó mis gritos de socorro.
No le denuncié por la agresión. Confié en que la vida o el karma tarde o temprano le enseñarían lo que necesitaba aprender para dejar de ser un maltratador. Y que a mí me enseñaría a no proyectar mi propia violencia, en mi propia contra. Yo había estado enamorada de él y de los constantes retos que suponía su carencia de empatía, su tacañería y su egoísmo. Aprendí muchas lecciones personales mientras éramos novios. Vi como estaba reproduciendo el patrón familiar de “pagar por ser amada”, donde sólo haciendo lo que se espera de mí se me trataba con cariño. Vi hasta dónde era capaz de llegar, incluso dañándome a mí misma, por construir una pareja. Vi cuánto anhelaba definirme como mujer. Vi cómo una forma vida basada en la mente, donde no hay amor de verdad, no me llenaba. Por todo eso, por todo lo que compartir esos años con él me había ayudado a crecer en mi camino personal, sentía gratitud. 

Claro, que a mí me van los retos, superar obstáculos, y por eso, a pesar de haber sufrido un grave accidente, que me trajo una fractura abierta de tobillo, en una de nuestras primeras citas cuando él me enseñaba a escalar en Riglos, seguí con él. Hubiera sido una clara señal de que él nunca sabría protegerme, si la hubiera querido escuchar. Sobreviví al accidente gracias a las personas que estaban escalando en la vía más cercana, que organizaron el rescate. Esta discapacidad condicionó mi vida. La cambió, desde mi cuerpo físico, las puertas de mi ser convulsionaron. Necesité varias operaciones e infinita rehabilitación. No podía caminar sin dolor, ni estar de pie sin dolor, ni si quiera esperar en la cola de la frutería o explorar a un paciente (entonces yo era residente de Medicina Familiar). Durante años fue así. El montañismo pasó a ser un recuerdo y hasta creí que no mejoraría nunca. 

La primera vez que volví a caminar sin dolor fue días después de abandonarle. Yo me había ido a vivir a Berlín con él al acabar la residencia y estaba aprendiendo alemán para estudiar Medicina Naturista en la Universidad. Una mañana al salir de clase de alemán me había robado la bici, que era mi medio de transporte sin dolor. Me dijo que la quería para cuando le visitara su madre en navidad y que la había escondido. Tampoco entonces le denuncié. De hecho, bajo la tangible emoción de rabia que sentía, mi corazón, durante todo ese período, fluía en compasión. Compasión por su falta de conciencia, por su incapacidad para amar, por la miseria que se estaba causando a sí mismo. Me eché a andar en busca de mi bici. Caminé durante horas por el barrio de Mitte. Sin dolor y sin precedentes. A cada paso yo era más y más libre. Más y más yo.

Tampoco le denuncié el día que descubrió que estaba viviendo en casa de H., mi hermana de Erasmus en Bruselas, y su familia, quienes me acogieron durante un par de meses, hasta que fui capaz de volver a tomar decisiones como una mujer adulta que es dueña de su vida y de sus pasos. Se plantó ahí, en el portal, intimidándome por teléfono y por la ventana. Estaba sola en ese momento. Fui una con el miedo, el terror y la desesperación. Apagué las luces y me escondí en un rincón. Llamé por teléfono al marido de mi amiga para que volviera a casa y él consiguió que se fuera.

Qué iba a hacer yo con mi vida era más importante que centrarme en el odio que sentía. Comprender que yo había sido partícipe activamente de esa relación en todas sus esferas me ayudó a no verme a mí misma como una víctima. Él ya no formaba parte de las personas que cuidar, mi camino y el suyo se habían separado, sentí que ponerlo en manos de la policía no cambiaría nada, que las lecciones que él debía aprender vendrían de la mano del perdón, del amor. Pero como ya no era responsabilidad mía, me liberé de tal tarea. Lo que más me apetecía era dejar atrás este episodio kármico y dejarme guiar por el corazón. 

Mi corazón me llevó a India, recuperé la espiritualidad y la percepción de mi totalidad, de estar unida a la humanidad, a la Tierra y mi divinidad. De ahí, a Bali, donde un viejo amigo del Camino de Santiago, A., ofrecería sus talleres de Constelaciones Familiares. A su primera sesión llegué con fiebre y diarrea del viajero. Mi cuerpo estaba quemándolo todo, consumiendo cualquier resquicio de mi pasado. Ahí, y en tal estado, conocí a Moss. 

 Durante los días siguientes reviví varias situaciones que me dejaron ver claramente que la violencia, el abuso y aprovecharse de las personas no formaba parte de mi camino. En la noche de San Valentín, un anciano chamán balinés me invitó a entrar en trance. Este fue el evento definitivo para recuperar mi voz y mi voluntad. No fue el trance, ¡sino que él se echara encima de mí y me empezara a meter mano! Como no estaba yo ahí por motivos de placer, mi fuerza interior me hizo despertar y segundos después fui capaz de decirle que parara. De repente y con una claridad inmensa a la mañana siguiente sentí que quería volver a ver a Moss.
Tardamos unas horas en reencontrarnos, pero ya no nos separamos. Juntos creamos una vida de amor y respeto. Nos casamos para celebrarlo y cocreamos nuestra casa de retiros en el Pirineo, Casa Vera (Allué).
Caminar sin dolor vuelve a ser lo normal para mí, incluso esta primavera, pasados once años ya de mi fractura de tobillo, he sido capaz de hacer excursiones de alta montaña, ¡a mi ritmo, claro¡. Escucharme, bailarme, cuidarme con yoga, zenderismo, meditación, comida vegetariana y respetar mi energía vital son los ingredientes de mi nueva vida. Me amo y amo. 

La actual marea mediática #metoo (#yotambién) no excluye a nadie, nos representa a todas y a todos, porque ¿conoces a alguien que no haya sufrido abusos de algún tipo? Externos o autoinflingidos. Hoy, yo cuento esta parte de mi historia, y al darla a luz siento que ¡ya vale!. Ya vale, para mí, para todas y para todos. 
Desde la violencia obstétrica en el nacimiento, los insultos en la escuela, la tiranía familiar, que te toquen la teta en el cine, hasta esos encuentros incómodos en que tú misma te fuerzas a seguir enrollándote con alguien con tal de acabe cuanto antes. ¡Ya!
Antes de P. ya había me había encontrado en la posición de ser abusada y abusadora, con otro chico, con jefas, con compañeras de trabajo,… y después también, me lo sigo encontrando. La relación de abuso y agresión, en cualquiera de sus variantes, hacia otro ser humano ocurre en cualquier campo de la sociedad. ¿Quién puede decir que no ha sido una abusona? Me incluyo, porque hasta yo, que parece que no he roto un plato en mi vida, me pongo borde y fuera de tono con los vendedores cuando compro algo por internet y la compra no sale como yo esperaba. No hay  “Om, mani pedme, hung” que funcione en tal frustración. 

Así que sigo observando, aprendiendo y cambiando lo que me perjudica. Cuando me veo envuelta en una situación violenta, a veces el miedo me bloquea, me sumerjo en la inseguridad que viví, vuelvo a tener pesadillas y me vuelvo distante durante días. Otras veces el efecto es el contrario, y otras, neutro. 
Por suerte, ¡todo es transitorio! Volviendo a cada momento posible al corazón y al amor en esta nueva vida mía, vivir tiene sentido.

Selva del Río Satyakam

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